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LA MUJER DE MIS PALABRAS

 

Pues la mujer no es una sombra larga de cara ancha

que posea entre sus manos el desdén y la agonía;

es, a mi entender y por lo que he visto,

una fábrica incesante de paciencia, fuerza y armonía;

es del hombre hacedora de su origen

y de ella misma, complemento de la vida.

 

Admirable como una montaña es la solidez de sus entrañas;

pues por sus senos el nacimiento que amamanta bocas desdentadas

 (que luego serán espadas),

esparce la virtud lechosa de la que casi todos seremos fuerza.

Es menester de su propio instinto el don de la ubicuidad:

es madre, compañera, hija, abuela y proletaria,

es en sí misma el todo, cuando creemos que hay nada

y nunca es nada cuando de ella necesitamos todo.

 

Sólo el Atlas musculoso es comparable con su fuerza

y de los Titanes es la más inmensa,

a veces dos mundos la acompañan:

el que dentro de su vientre lleva durante nueve meses,

y el que desde que nace, carga en sus espaldas.

 

Partidaria de la huelga antes que sumida al llanto

impetuosa en sus proclamas antes que declarada yerta;

así es ella, la mujer que lucha, la proletaria,

la que por el hombre debe ser reivindicada…, la desplazada,

la que ignoramos, la que nos nutre de sus batallas.

En fin, así es la mujer de mis palabras.

 

L. F. Nikho

 

 

LA IGNORADA

 

Por qué sueñas con ella si la tienes a tu lado

por qué la buscas tanto si ya la has encontrado;

por qué la dejas sola si ella es tu compañía

por qué la hieres sin parar si ella ha cicatrizado tus heridas.

 

No le des la espalda si ella ha puesto el pecho,

no la ignores todavía si para ella, tú eres su universo;

no dejes que su llanto sea por tu ausencia

cuando ella se llenaba de sólo tu presencia.

 

No olvides que su calor te ha cobijado

aunque el hielo de tu cuerpo le hayas entregado;

recuerda que está junto a ti

a pesar de que muchos la rodean

y sólo son sus besos tuyos

aunque tus labios no la besen tanto.

 

Recuerda bien que la necesitas

más de lo que ella pueda a ti necesitarte,

y no te olvides nunca, que si la buscas,

ya la has encontrado.

 

L. F. Nikho

 

 

CUANDO LA MUJER

 

Cuando la mujer de oprimida situación reclama,

tenedle miedo a su garganta hinchada:

su solo grito puede estremecer montañas, su voz unida puede definir batallas.

Más bien concededle el derecho propio del que ha sido relegada

y otorgadle apoyo antes que esperanza;

sedle franco hasta para hacerle críticas

 y no menosprecies su cabeza

ni siquiera para hacerle amarga.

 

Tened en cuenta que una mujer no es una sola:

ella son muchas y muchas son ella, mas todas juntas en una llamarada

fulgentes brillan al clamor del mundo sórdido.

Dadle razones y no argumentos, que de esencia pura son pura práctica;

se atreven –mucho más de lo que piensas-

 cruzar caminos, y eliminar fronteras.

Ellas no crean sueños, fundan ideas ávidas

son ambiciosas en sus proyectos y demasiado humildes en sus hazañas.

 

Cuando una mujer de ausente grito levanta puños,

creedle a sus propósitos más ciertos que ningunos:

cien mil generaciones en una sola pasan, así ni una sola arruga le surque la mirada;

bastión imprescindible de instinto maternal, que sabe lo que quiere

y muere por su causa.

Unid a ella, con toda tu furia, con tu ira y tu desgracia,

el motivo de la lucha, las razones proletarias.

 

Seguid con ella, con ella anda, hombro con hombro, manga por manga

que de desventuras y heridas hartas, maestra es sin arrogancias.

 

L. F. Nikho

 

LA MARCA

 

Al fin rebelde, anestesiada de cansancio y tal vez… efímera,

ella llega apuñalada por las horas,

 con un día más sobre el lomo que añade a sus arrugas,

con un día menos, que pierde de su vida.

Y todo pasa, como pasa todo en la canción;

y todo sigue, como sigue todo en derredor.

 

Afuera de su casa la lúgubre rutina destiñe los colores,

y, mientras el bullicio agreste de carros y de gente

se va desvaneciendo y es melancolía,

la mujer a la que estas palabras se refieren

es una más, que siendo tantas, siente la explotación invisible que la marca.

Y su marca se alcanza a ver en su piel añeja, en su carne desgarbada;

en su escuálida figura de días recordados:

remembranza hastiada de yugo y de maltrato

soledad precaria que ahoga y que amenaza.

 

Su marca es como una cicatriz que tiene en todo el cuerpo

pero también la tiene en sus pensamientos,

y es que duele en todos lados, y es que son las memorias de su diario

escritas en versos disonantes,

dislocadas de un cansancio que solo imprime el tiempo.

 

Como una máscara que se va alejando en la oscuridad del escenario

el alargado mustio que desciende de sus labios,

la implica en la última coartada

donde a conspirar las sombras del tedio se reúnen

y concluyen trémulas de cansancio en el ágil de la noche desvelada.

 

Al amanecer, siempre será el postrer intento, la rutina y el silencio…

el malabarismo incierto ataviado de deseos

y, si por alguna contingencia, si por ese azar de la existencia y de la vida

en confuso trueque de casualidades y destino,

entrelazan brazos y enredan agonías

 para que pueda ver el mundo con otros adjetivos,

que entonces la sociedad que la comprime

revierta en suyo el tanto dolor que le ha causado.

 

que la atmósfera gélida y la pesadumbre

extravíen su camino y su costumbre;

y en un solo grito, en un solo estallido, de un solo golpe,

por fin el cambio de su esencia tenga frutos

Como una más de todas aquellas que en herida profunda cierta llevan esa marca,

la marca de la mujer explotada.

 

L. F.  Nikho

 

LA MUJER IDEAL

 

No es necesario que tenga tetas grandes o muy pequeñas

Ni intermedios más o menos de talla media,

No es necesario un cabello de ondulada noche

Que brille con el brillo de las estrellas

ni unos labios carnosos que sepan a yerbabuena.

 

Que sus dientes sean perfectos, tampoco importa,

Los diamantes en bruto no son lisonja

Y hasta la belleza del oro, sólo es quimera.

 

Si sus piernas son cortas, para qué largas…

… y si son largas pa que acortarlas

De todos modos el tamaño es lo de menos, si ellas recorren grandes distancias.

 

La mujer ideal no necesita de cuerpo esbelto

Cuando en su cabeza todo es sincero:

Su amor y su pensamiento, sus luchas y conocimientos;

La ideal, no es la mujer que son terremotos en sus caderas

Ni esa que baila al ritmo de las palmeras,

Más bien, es la que planta semillas de cambio

Y la que lucha por sus ideas.

 

La mujer ideal es un oasis en el desierto

Y viento que aúlla en el silencio,

Quiérela así, y con sus defectos

Que ella sin miedos, te entrega afectos.

 

L. F. Nikho

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