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(CONTINUACIÓN DE MEMORIAS PARA UN TIEMPO SIN EDAD)...

 

Pude al fin sobrepasar la última curva que separaba mis ojos de aquella mariposa con las alas mojadas, la última frontera, el último obstáculo tras del cual sabía que invariablemente, ella me estaría esperando en la entrada de su casa.  Pero esta vez, una soledad de sepulcro era lo que me esperaba; bajo el dintel de la puerta eso era lo que había: una inmensa puerta de madera negra con sus jambas carcomidas y un profundo hielo de vacío, que sin ella se sentía.

Se me hizo un nudo en la garganta.  No un nudo, un estrangulamiento, una asfixia… un dolor sin nombre.  Como pude seguí mis pasos aunque las rodillas me temblaban; no es necesario decir que un grave presentimiento se había agolpado en mi cabeza y no sé si quería llegar al destino de mis pasos o si por el contrario, quería salir corriendo y deshacerme de lo hasta entonces caminado; pero ya era demasiado tarde.  Como fuera, tenía que afrontar lo que me esperaba al final de ese camino; había que matar la angustia o aumentarla pues era peor la incertidumbre de su ausencia y no sé cómo ni cuánto tiempo tardé en llegar desde la curva, hasta la puerta de la casa que entonces, en mis pasos bien contados, eran cincuenta exactamente; ni más ni menos.  Lo sé, porque tenía la costumbre de medir las distancias que me separaban de ella cada vez que me alejaba para distraerme mientras llegaba a mi estancia. En ocasiones eran los pasos, otras veces el número de casas, las curvas, las rectas en fin, ya sé que era un maniaco tonto, pero era irremediable en mí.

Llegué pues, al fin y al cabo, y esperé un momento, algunos minutos para tomar aliento y entonces levanté el puño para tocar la puerta; sentí el abandono de mis fuerzas y me arrepentí. Tomé el camino de retorno al viaje que me había llevado hasta ahí y fue esa razón, la misma que me hizo llegar allí, la que me dio la fuerza y con un impulso nuevo, decidí afrontar los males por venir y llamé a la puerta. En efecto, los males llegaron.

Abrió su madre, me miró de arriba abajo con desprecio y me dijo con voz de odio: -¿qué quiere?-, yo le dije que necesitaba hablar con su hija, que me era indispensable verla, pero aquella señora de quien sólo puedo recordar maldad, sonrió con una sonrisa macabra y me dijo que su hija había muerto en su corazón y que así también debía morir para los demás.  Cerró la puerta de un trancazo, y esa fue la última vez que mis ojos la vieron.  No negaré que la recuerdo con un insondable odio en mi corazón a pesar de ser la madre de quien tanto amé.

No pude entender lo que esa mezquina mujer quiso decirme, pero tampoco fue necesario dedicarle súplicas ya que un niño, que se hizo amigo de mi amada, me dio la información necesaria, la que luego recompensé con unas cuantas monedas.

Debo ajustarme a la realidad, pero qué más da que esta historia tenga un final feliz o un final incierto, si a la única persona que ha de importarle es a mí mismo.  Sin embargo, diré que no puede uno ocultar las cicatrices ni aunque pase mucho tiempo; lo que es real es lo que se siente y cada cual en su mundo interno cavila en sus propias preocupaciones que a la vez son sus cicatrices.  Démosle pues, mérito a la desgracia para empezar a concluir esta historia y ser abnegados a la realidad.

Cobardemente me alejé en silencio bajo el escrutinio de esa inocente mirada que poseía el rostro pálido y mugriento de aquel niño y me fundí totalmente en la impotencia.

Abarqué el grito en la garganta; mis manos se comprimieron hasta el dolor del puño, mis heridas se hicieron huracanes hasta anestesiar los latidos de mi pobre corazón.  Y es que esas sencillas palabras, esa tan absurda simplicidad de léxico que no hace falta de más explicaciones por lo implícito, esa abrumadora frase, fue como un mazazo en mi cabeza: “A ella se la llevaron p’al manicomio porque estaba loca; todos dicen que la mamá la enloqueció o que le dio algún mejunje pa’ que no lo viera más a usted”. 

…“A ella se la llevaron p’al manicomio porque estaba loca”…  “A ella se la llevaron p’al manicomio… porque estaba loca”…  Esa frase retumbaba en mi cerebro con un inaguantable martilleo.

Que tanto hace el hombre en el hombre mismo para transformarlo; cuántas ideas para suprimirnos hasta ser esclavos de la inconsciencia; cuánta inocencia derramada en gritos que nos hace indiferentes de la cruda realidad.  Cuántas mentes frustradas en los negros laberintos de la envidia que corroen la buena voluntad de almas inocentes que no pudieron escapar.

Aún hoy me estremezco en la hazaña de sobrevivir a pesar del otoño triste en que se convirtió mi vida después del lejano tiempo de aquellos acontecimientos que, queriendo olvidar, nunca olvidé y jamás olvidaré.

Nunca más pudo volver a leer las historias de la crónica roja, ni a escuchar las balas que zumbaban por el techo, ni siquiera a oír murmullos desesperados de alguien que agonizaba al serle atravesado el corazón.  Transformó sus recuerdos en olvido y conservó una sonrisa sin edad, una sonrisa hecha de tiempo como toda ella.  Y cerró sus alas mojadas de mariposa, para nunca desplegar el vuelo necesario de su siempre merecida libertad.

 

 

Todos los jueves, de todas las semanas, de todos los meses… de todos los años, tengo una cita inquebrantable que he de cumplir de 2:00 a 4:00 de la tarde.  Siempre, llevo un ramillete de flores de azahar y algunas palabras que alcanzo a escribir en un pedazo de papel.

Hoy es jueves.  Ya conseguí las flores y empecé a escribir; mis palabras, cual si fueran del primer día, cual si nada hubiera pasado.

Son las dos en punto de la tarde; me acerco, cruzo el jardín, los prados inmensos y la fuente con ángeles desnudos; llego a la capilla y una vez más, aparece ante mis ojos el gran edificio de paredes blancas, curtidas por el tiempo y añejas de nostalgia, de las cuales cimentadas sobresalen unas cuantas letras de bronce bruñido que contrastan y que dicen: “SANATORIO MENTAL DE LA CIUDAD”…

 

…Al fin la veo recostada en un rincón, haciendo trenzas en sus cabellos blancos con un mutismo  eterno de siglos cansados, como si le hubiese echado cerrojo a su boca para morir silenciosamente, y lo único que yo hago, es compartir sus penas como si eso fuese suficiente.

 

FIN

 

(TERMINADO DE ESCRIBIR EN LA MAÑANA DEL JUEVES 7 DE OCTUBRE DE 2010)

 

 

 

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