top of page






Bertolt Eugen Friederich Brecht

 (Augsburgo, 10 de febrero de 1898 - Berlín Oriental, 14 de agosto de 1956)

 

De todo lo que se dice a cerca de Bertolt Brecht, transcribo a conciencia parte de la introducción de Miguel Sáenz del libro: BERTOLT BRECHT TEATRO COMPLETO (Biblioteca Avrea) Páginas 11/13; por parecerme menos esquemática y más bien, puramente "humanizada".

A Brecht lo "conocí" casi que inmediatamente después de mi primer escrito teatral: "Las Voces del Alma" ya que el contenido se acercaba, o hacía tientas de un teatro social, lo que descubrí cuando alguien me dijo: "¿Acaso le gusta el teatro brechtiano?" y pues yo, ni idea de eso, de lo que me decía aquel fulano que en realidad era mi profesor de Historia.

 

Hoy después de veinte años con Bertolt Brecht, en el bolsillo y en mis andanzas, de tratar de entenderlo, de asimilarlo en el a través de otros ojos distorcionados de quienes se creen brchtianos y de los pocos que en realidad lo son, trataré (en la medida de mis posibilidades), de ir transcribiendo cada una de sus obras teatrales.  Y, ojalá, la vida nos alcance para montar un de sus Piezas Didácticas y por qué no... muchas de ellas.

 

Espero que los lectores de estas páginas virtuales, sepan y puedan valorar esta contribución.

 

L. F.  Nikho

 

BRECHT, EL HOMBRE

 

   Me había propuesto hablar poco de su vida.  una solución de facilidad, habida cuenta de mi propia inseguridad sobre el personaje.  Quienes se han ocupado de Brecht o tuvieron trato con él parecen clasificarse en dos grandes grupos: los que lo odian y los que lo adoran.

Yo tenía la ilusión de no pertenecer a ninguno de ellos.  El periodista norteamericano Bruce Cook escribió, al terminar sus investigaciones para Brecht in Exile: "Cuanto más sabía sobre Brecht, menos me gustaba".  Mi caso es el contrario.  Después de haber creído siempre que Brecht era un cínico, un hombre de talento ilimitado pero con quien no hubiera querido tener nada que ver, Bertolt Brecht me ha ido pareciendo cada vez más admirable.  Fue un superviviente, contra viento y marea, y para serlo tuvo que utilizar la astucia; y más de una vez fue cobarde, civilmente cobarde ("Pobre del páis que necesita héroes" dice Galileo/Brecht).  Frío por fuera, pero no por dentro; nada sentimental, pero capaz de grandes afectos.  Y, sobre todo, fue un hombre que nunca se engañó a sí mismo y se dio cuenta, ya muy joven, de que le habían tocado malos tiempos para vivir...  Probablemente, nunca le hubiera comprado una moto, pero me hubiera dejado convencer para ayudarlo a venderla.

 

En cualquier caso, ahí van unos cuantos datos biográficos bastante contrastados: Eugen Berthold Brecht nace en Augsburgo de una familia burguesa (no proletaria ni judía, como una parte de la crítica española se obstina en creer).  Muy pronto empieza a construir su propio personaje ("Yo, Bertolt Brecht, soy de la Selva Negra...") y no dejará de hacerlo nunca.  Sus padres se dan cuenta pronto de su gran sensibilidad poética, y recibe una sólida educación: sobre todo la Biblia (no es posible entender a Brcht sin la Biblia) y los clásicos alemanes.  La leyenda dice que al tener que, hacer en el colegio un comentario sobre el horaciano dulce et decorum est pro patria mori, el jovenzuelo Brecht se despachó a gusto y fue fulminantemente expulsado.  Sus estudios de Medicina en la universidad de Múnich parecen haber sido más bien simbólicos, y la leyenda dice también que, para que no lo llamaran a filas (eran tiempos de guerra, la Primera Guerra Mundial), su padre le consiguió trabajo en un lazareto, y fue allí donde, mientras fingía trabajar como enfermero, aprendió a odiar la guerra.

 

Admiró indondicionalmente a Franz Wedekind (que con su Lulú hacía tambalearse por entonces las convicciones burguesas) y a Karl Valentin, uno de los mejores representantes del Kabarett alemán en estado puro.  Brecht no fue nunca un buen actor cómico, ni siquiera un buen actor, pero sabía reconocerlo cuando lo encontraba.  La veneración que profesaba a Valentin se le traspasaría luego a Charles Chaplin.

 

En los años 20, Brecht se traslada a Berlín, capital de Europa, que era donde había que trasladarse entonces.  Desarrolla una innata capacidad para hacer amigos y se convierte en un verdadero maestro en el arte de explotarlos, tanto hombres como mujeres (su sexualidad en aquellos tiempos era por lo menos ambigua).  Entra en contacto con la vanguardia, con las vanguardias, e inicia su carrera como periodista, crítico y dramaturgo, hasta cierto punto protegido por Erwin Piscator, inventor de muchas de las innovaciones que luego se atribuirían a Brecht (aunque no de la Verfremdung, que Piscator aborrecía).

 

Estudia a fondo, científica y sistemáticamente, el marxismo, que le parece la única explicación coherente para la sociedad en que vive.  La leyenda dice que lo que empujó realmente a Brcht al marxismo fue ver cómo la policía de Berlín disolvía una marcha obrera el primero de mayo de 1929.  Sea como fuere, en una sociedad en que las condiciones materiales eran inhumanas, Brecht decidió de una vez para siempre que sus temas serían la guerra,, la pobreza, el hambre y la explotación.  Nunca fue miembro del partido comunista, pero sería toda su vida marxista convicto y confeso.  Y cuando hablaba de "los clásicos" no se refería por lo general a Gothe, Shakespeare y Schiller, sino a Marx, Engels y Lenin.

 

En 1933, al día siguiente del incendio de Reichtag por los nazis, Brecht, que siempre supo darse cuenta de cuándo había llegado el momento de largarse, emigra a Suiza, luego a París, después a Dinamarca y más tarde a Suecia y Finlandia.  Como él mismo dijo, cambiaba de país como de camisa.  Lo acompaña una corte de mujeres, de las que no quisiera hablar con detalle, aunque será inevitable mencionarlas (John Fuegi, en sus pamfletos, ha hablado ya demasiado y con muy poco estilo).  Según sus detractores, Brecht daba a sus colaboradores "sex for text" y ellas lo aceptaban encantadas.

 

La realidad es más compleja.  Brecht se supo rodear siempre de mujeres extraordinarias (Elisabeth Hauptmann, Margarete Steffin, Ruth Berlau... por no hablar de la fiel Helen Weigel), y ninguna de ellas se sentía defraudada, aunque sólo tolerase a las otras.  (Un libro de Sabine Kebir  leva como título una frase muy expresiva de la Hauptmann: "Nunca p`regunté cuál era mi parte").  Brecht explota literalmente a sus mujeres, les hace traducir y escribir para él..., pero ellas no se sienten explotadas.  Utilizando la terminología brechtiana en La ópera de cuatro cuartos, se podría hablar de una verdadera "tiranía sexual".

 

Luego vino, en 1941, el exilio a los Estados Unidos y la patética muerte en un hos pirtal de Moscú, sola, de Margarete Steffin, quizá la ñúnica mujer a la que Brcht quiso de veras, acaso porque era todo lo que a él le hubiera gustado ser: proletaria, comunista y buena persona.

 

Los Ángeles, California, los exiliados alemanes, Charles Laughton, los intentos de hacer cine (subvalorada película Hangmen also die -"También mueren los verdugos"1943- dirigida pior Firtz Lang, pero de tesis claramente brechtiana: ¿se puede sacrificar a un compañero para evitar las feroces represalias en la Praga de Heydrich?).  Y después de McCarthy y su comité de actividades antiamericanas..  Brecht, sacando partido hábilmente de su deficiente conocimiento del inglés e interpretando con soltura su papel de soldado Schweyk, supera el interrogatorio sin denunciar a nadie... Pero al día siguiente sale de los Estados unidos, con todo su séquito, en el primer avión.

 

Europa, la RDA, un teatro y una compañía propios (el legendario Berliner Ensemble), las primeras dificultades con un régimen que desconfía de él... Brecht, que en cualquier procesión de cínicos hubiera podido llevar dos estandartes,, no tiene escrúpulos: su pasaporte es austríaco, su recidencia el Berlín Oriental, su editorial está en Fráncfort y su dinero en Suiza.

 

Los últimos años de su vida son duros.  En la RDA no lo quieren (como ha dicho el cineasta Peter Voigt, su teatrop era, a la vez, "criticado y subvencionado"); los soviéticos no lo quieren (lo que no les impide darle el premio Stalin de la Paz en 1954).  Su inspirtación parece agotada... Sólo le queda su Berliner Ensemble, con un elenco incondicional y un público adicto, que sigue reclamándole el Círculo de la tiza, la Ópera de cuatro cuartos... o alguna adaptación de un clásico-clásico (lo mismo que Heiner Müller, Brecht sabe que es más fácil engañar a la censura con túnicas y peplos).  Sin embargo, las bambalinas del Berliner se van volviendo cada vez más polvorientas, y el "extrañamiento" del espectador (la famosa verfremdung) se hace automático, porque no logra olvidar en ningún momento que está en un teatro... y no demasiado bien mantenido.

Cuando Brecht muere, sus discípulos, que son muchos y talentosos, se reparten sus vestiduras.

 

Miguel Sáenz, 2006

 

ESCUCHAR/PAUSAR TEMA

bottom of page