top of page

Las Voces del Alma

De: L. F.  Nikho

 

Personajes:

 

UN NARRADOR

LA LIBERTAD

LA SABIDURÍA

EL PUEBLO

EL LIBERTADOR

LA MUERTE

 

    Plaza de Pueblo.

 

          (LA LIBERTAD, LA SABIDURÍA, y EL PUEBLO, están haciendo fila en un cadalso con sogas en el cuello para ser           ahorcados, mientras  LA MUERTE espera cada turno).

 

NARRADOR.—El tiempo ha transcurrido en silencio, casi mudo de historia.  Y nuestro país, en ese tiempo fue libertado de   la opresión española.  Los campesinos y el pueblo de aquel entonces rompieron las cadenas opresoras; pero hoy, ¿de             quiénes somos esclavos?  ¡Miren a su alrededor!: acudientes de la plaza, miren a sus vástagos hambrientos y pertrechos;         miren el cadalso y la soga que espera para sus cuellos.  Señoras y señores… concurrentes oprimidos, ancianas y ancianos…   niños deprimidos, ¿es que no sienten el peso de las cadenas nuevas?  ¿Es que no pueden escuchar de ningún modo el           rechinar   de los grilletes?  ¿Es, acaso, irremediable el hecho de esa indiferencia? Escuchemos las voces resentidas, las           voces que son    la verdad… las voces del alma.  (Sale).

 

         (Una mujer de luto que representa a LA LIBERTAD, con las manos atadas en la espalda y la soga en el cuello                     sostenida por la MUERTE).

 

LA LIBERTAD.—Hace tiempo que vivo encadenada a esta tristeza; se me alarga la cara de penalidad y ansia, pero ni el hombre, ni las aves, ni mil batallas juntas han podido darme mi propia libertad.  Si hasta el cielo en triste gris se queja a mi favor; mi cuerpo enrojecido por las armas, mis alas rotas, casi destrozadas y mi voz desalentada.  ¡Ah hombres inconscientes!...  ¡Ah efímera esperanza!  (Al público).   ¿Qué será pues de ustedes, si hasta yo estoy encadenada?

 

         (LA SABIDURÍA que está detrás de LA LIBERTAD, interrumpe reprochando).

 

LA SABIDURÍA—¿Crees que eres la única?  ¡Ingrata!  ¿Acaso, las guerras no son causa de mis ausencias?

LA LIBERTAD—¿Por qué?

LA SABIDURÍA.—Porque un día fui la voz del mundo, la voz de todo: del Hombre y la Naturaleza, de las estrellas y de la montaña; pero hoy soy la ignorancia.  Mírame las manos: viejas y agrietadas.  Si tus alas son de asfalto, mis laureles son espadas; son espinas que atraviesan, son heridas que aletargan.  (Haciendo una seña hacia el público). ¿O es que no ves a los hombres moribundos, a la anciana relegada y a las mujeres desahuciadas?

 

         (Un hombre vestido con harapos que está detrás de LA SABIDURÍA, interrumpe.  Es EL PUEBLO).

 

EL PUEBLO.—(A LA LIBERTAD y a LA SABIDURÍA).  No me miren con indiferencia, ¿es que no me reconocen?  ¡Soy El Pueblo!  Más bien, soy el olvidado, el harapiento; el que tanto las proclama y nunca llegan.  Como ven, también hago fila en el cadalso aunque no acepto la derrota.  Tal vez ya estoy cansado de la infamia y la mentira aunque sigo en agonía; me fatigo de luchar, de pensar, de callar, de hablar y de gritar… de oír, me he cansado de soñar la Libertad.  Harto estoy de la Sapiencia impuesta.  Ustedes se quejan por los hombres, yo me quejo por su ausencia.

LA LIBERTAD—¿Pero cuál Bolívar viniera a libertaros, cuál que viviera entre vosotros, cuál que os desatara las cadenas?

EL PUEBLO.—Con semejante hazaña, no hay dolor que se pueda soportar.  Mire usted qué atrevimiento y qué ignorancia; la paradoja es cierta: no hay peor ciego que aquel que no quiere ver, y al parecer, a usted la ceguera de la Justicia se le ha contagiado.  Por lo visto, ha hecho nido en su añoranza.

 

         (Entra LA JUSTICIA, cojeando).

 

LA JUSTICIA.—Ya sé que ni cojeando llego hoy día, más no es culpa mía si tú, Pueblo, me condenas.  Ya sé que mi balanza está en tu contra y también sé de tus pesares y agonías; mas, ¿qué puedo hacer yo si no soy quien paga tu salario, y cada vez eres más sacrificado?  No me culpes Pueblo, no me culpes.  Las culpas están en contravía.

EL PUEBLO.—¿Cómo en contravía?

LA JUSTICIA.—Así es, escarba en el fondo tu conciencia y hallarás la respuesta de la ciencia.  (Sale).

EL PUEBLO.—No entiendo lo que dice.  ¿Escarbar en mi conciencia? ¡¿Qué es eso de la ciencia?!

LA SABIDURÍA.—Es quizá, la respuesta a cada una de tus quejas.

 

         (Entra EL LIBERTADOR, con altivez).

 

EL LIBERTADOR.—Os he libertado un día, Pueblo; qué ingratos fuisteis al no seguir luchando.  ¿Queréis libertad?  ¡Luchad por ella!  Mi batalla os ha dado una, que ésta sirva de ejemplo para vuestra lucha.  Morid, o vivid; pero no os dejéis perder en la inconsciencia, en la opresión y en la desgracia.  ¿Queréis libertad?  ¡Luchad por ella!  (Sale).

 

LA SABIDURÍA.—¿Y éste a qué fueros internos viene a remover?  ¿Por qué semejante algarabía?  ¿Por qué el barullo y los reproches?   ¡Su libertad no ha sido más que una pantomima!

LA LIBERTAD.—(Refutando).  Pero libertad al fin y al cabo.

EL PUEBLO.—Pero pantomima al fin de cuentas.

LA SABIDURÍA.—¿Que él ha libertado?  ¿Qué cinco patrias a su haber reclama? ¿Qué mil estatuas en su nombre han esculpido y mil poemas a su verso han concebido? Puede ser.  La ingratitud despierta porque es ajena.  La libertad del Bolívar ido, no hubiera sido tal sin el Pueblo y el Campesino herido; ¿y para qué?, sólo para poner otras cadenas.  ¿De qué te quejas Libertad? Si ese es tu problema, lo que en triunfo ya no tienes, te sobra en inconsciencia.

EL PUEBLO.—(A LA SABIDURÍA).  Al fin la cordura le ha regresado a usted, y por añadidura a mí, pues ni la libertad ha sido nuestra, ni el Libertador ha sido un héroe.

LA MUERTE.—¡Callad insensato!  Detén tu lengua viperina; estás a cuatro pasos del abismo y yo con anhelo impaciente espero.  Abrazaré tu carne pútrida carcomida de los años y cansada de batallas, seré tu fin, tu adiós definitivo y no habrá batallas ya que valgan.  Nunca será el día que puedas ver la luz resplandeciente: aunque luches y luches hasta el cansancio, yo esperaré tranquilamente que llegues al abismo.  Aquí te espero para hendir mi puñalada.

EL PUEBLO.—No alimentaré  más sus ilusiones, Muerte desdentada, cínica quimera que traiciona.  Aunque esté a punto de perderme en el abismo.  ¡Yo soy el Pueblo, soy el oprimido!  (Mirando a LA LIBERTAD y a LA SABIDURÍA). Soy de quien dependen éstas dos quejumbrosas lamentables, ¡soy el olvidado!  No crea que daré la espalda al triunfo por mis quejas; al final vitorearé sobre la tierra clavando mi bandera en sus entrañas.  Al final seremos nosotros los que reiremos al último, porque habremos descorrido el velo que nos ciega, y habremos abierto el camino a la palabra que la mudez impacta.

LA MUERTE.—(Con una risotada).  ¡Ja!  Pero qué locura viene a consumir tu mente.  ¿Es que la fiebre del temor te aqueja?  Ven adelanto el turno tuyo; ya verás cómo se alivian todas tus dolencias.  Me lo agradecerás sin duda alguna.

EL PUEBLO.—Pero qué tonta, por hoy postergo mi partida, ¿es que no se da cuenta?  Mi único temor lo llamo la Ignorancia y la fiebre que me quema alimenta mi esperanza.  Si esa es la locura a la que se refiere. ¡Bienvenida la desgracia!

 

             (Lanza de un puntapié a LA MUERTE que cae en el abismo del cadalso.  Luego desata a LA LIBERTAD y a LA                  SABIDURÍA).

 

EL PUEBLO.—(Mirando a LA MUERTE desde arriba, despectivamente).  Ya verá que el tiempo pasa y nuestra verdad dominará, aunque nos cueste.  (Saliendo).  Debemos luchar por una verdadera Libertad.

 

Fin

 

Escrito en agosto de 1992 para una conmemoración de la Batalla de Boyacá del 7 de agosto de 1819.

 

*Obra escrita en el año de 1992, fue la primera que escribí para una presentación cultural de la Batalla de Boyacá.  La verdad, es que no sabía ni entendía nada de teatro, menos de cómo escribir en este género.  Al final, la escribí en una noche y fue la puerta que se abrió para acercarme definitivamente a esta forma de trabajar el arte.

 

 

 

 

 

 

ESCUCHAR/PAUSAR TEMA

bottom of page