top of page

La Madre Cuadro 2

2

 

PELAGUEIA VLÁSOVA VE CON INQUIETUD A SU HIJO EN COMPAÑÍA DE OBREROS REVOLUCIONARIOS

 

    Habitación de PELAGUEIA VLÁSOVA.

 

       (Tres OBREROS y una joven obrera llegan muy de mañana con un ciclostilo).

 

ANTON RYBIN. —Cuando hace dos semanas te adheriste a nuestro movimiento, Pável, nos ofreciste venir a tu   casa si había algún trabajo especial    que hacer.  Tu casa es el lugar más seguro, porque nunca hemos         trabajado aquí.

PÁVEL VLÁSOV. — ¿Qué vais a hacer?

ANDREI NAJODKA.-Tenemos que imprimir octavillas para hoy.  Las últimas rebajas de salarios han causado una   gran irritación entre los obreros.        Hace tres días que repartimos octavillas en la empresa.  Hoy es el día   decisivo.  Esta noche, la asamblea de la fábrica decidirá si debemos permitir que nos quiten ese kópek o ir   a la huelga.

IVÁN VÉSOVSHIKOV. —Hemos traído la multicopiadora y papel.

PÁVEL. —Sentaos.  Mi madre nos hará té.

 

       (Se dirigen a la mesa).

 

IVÁN. — (A ANDREI).  Espera afuera y vigila, por si viene la policía.

 

       (Sale ANDREI).

 

ANTON. — ¿Dónde está Sídor?

MASHA JALATOVA.-Mi hermano no ha venido.  Ayer noche, al volver a casa, vio que lo seguía alguien con           aspecto de policía.  Por eso ha preferido    ir hoy directamente a la fábrica.

PÁVEL. —Hablad bajo.  Es mejor que mi madre no os oiga.  Hasta ahora no le he dicho nada de todo esto, ya     no es joven y además no podría          ayudarnos.

ANTON. —Aquí está el original.

 

      (Empiezan a trabajar. Uno de ellos ha colgado un paño grueso ante la ventana).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — (Para sí).  No me gusta ver a mi hijo Pável con esa gente.  Terminarán por echármelo   a perder: Lo incitan y lo arrastrarán a hacer algo.  A esa gente no le sirvo té.  (Se acerca a la mesa).  Pável,     no puedo haceros té.  Queda demasiado poco.  No bastaría para hacer un buen té.

PÁVEL. — Entonces haznos un té flojo, madre.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — (Ha vuelto y se ha sentado).  Si no se lo hago, se darán cuenta de que no los             soporto.  No me gusta nada que estén aquí hablando tan bajo que no los puedo oír.  (Se acerca otra vez a     la mesa).  Pável, ¡me resultaría muy desagradable que el propietario se diera cuenta de que aquí viene         gente a las cinco de la mañana a imprimir algo!  De todas formas, no podemos pagarle el alquiler.

IVÁN. — Créanos, señora Vlásova, que no hay nada que nos interese más que su alquiler.  En el fondo, no       nos preocupa otra cosa, aunque no lo parezca.

PELAGUEIA VLÁSOVA.- No estoy tan segura.

 

      (Se vuelve a ir).

 

ANTON. — ¿No le gusta a tu madre que estemos aquí, Pável?

IVÁN. — Es muy difícil para tu madre comprender que tenemos que hacer esto para que ella pueda comprar   té y pagar el alquiler.

PELAGUEIA VLÁSOVA.- ¡Qué cara más dura!  Hacen como si no se dieran cuenta de nada.  ¿Pero qué quieren     de Pável?  Entró en la fábrica y estaba contento de tener trabajo.  Ganaba poco y, el último año, cada vez     menos.  Antes de que le quiten otro kópek, sería mejor quedarse sin comer.  Pero me inquieta ver que lee   esos libros y me preocupa que, en lugar de descansar por las noches, vaya a esas reuniones, en donde         sólo   excitan.  Terminará por perder su trabajo.

 

       (MASHA canta a VLÁSOVA la “Canción de la salida”)

 

CANCIÓN DE SALIDA

 

Cuando sopa ya no tengas

¿Cómo te defenderás?

De arriba abajo el Estado

Entero trastocarás

Hasta que tu sopa obtengas.

No espero que te contengas.

 

Cuando no tengas trabajo

¡Siempre te defenderás!

De arriba abajo el Estado

Entero trastocarás

Hasta que no estés ya abajo

Y es que siempre hay un atajo.

 

Si por ser débil se ríen

Tiempo no debéis perder.

Tenéis que hacer que se unan

Los débiles del ayer.

Cuando entonces desafíen

Veréis como no se ríen.

 

ANDREI. — (Entrando).  ¡La policía!

IVÁN. — ¡Esconded los papeles!

 

         (ANDREI le quita a PÁVEL el ciclostilo y lo cuelga por fuera de la ventana.  ANTON se sienta sobre los             papeles).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¿Lo ves, Pável?  Ahora vienen los policías.  ¿Pero qué has hecho, Pável, qué ponen     en esos papeles?

MASHA. — (La lleva hasta la ventana y la hace sentarse en el diván).  Siéntese aquí tranquila, señora Vlásova.

 

          (Entran un POLICÍA y un COMISARIO).

 

POLICÍA. — ¡Alto!  ¡Al que se mueva lo abraso!  ¡Esa es su madre, Excelencia, y ése es él!

COMISARIO. — Pável Vlásov, tengo que registrar tu casa.  ¡En qué compañía tan mugrienta te encuentro!

POLICÍA. — Ahí está también la hermana de Sídor Jalatov, al que encarcelamos esta mañana.  Son los que         buscamos.

MASHA. — ¿Qué le ha pasado a mi hermano?

COMISARIO. —Su hermano, que ahora está con nosotros, le manda muchos recuerdos.  Está revolucionando a   nuestras chinches, con gran éxito.  Por desgracia, no tiene octavillas.

 

         (Los obreros se miran).

 

COMISARIO. — Todavía hay unas celdas próximas.  Por cierto, ¿no podrían facilitarnos algunas octavillas?         Lamento mucho, mi querida señora Vlásova, tener que buscar octavillas precisamente en su casa.  (Va hacia   el diván).  Ya ve, Vlásova: ahora por ejemplo tendré que abrirle el diván.  ¿Era realmente necesario? (Lo         abre de un tajo).

PÁVEL. — No hay rublos dentro, ¿verdad?  Es que somos obreros y no ganamos mucho.

COMISARIO. — ¿Y ese espejo de la pared?  ¿Tendrá que ser también destrozado por la mano brutal de un       policía? (Lo hace pedazos).  Es usted una mujer honrada, lo sé.  Y en ese diván tampoco había nada que no   fuera honrado.  ¿Pero qué pasa con esa cómoda, con ese mueble viejo tan querido? (La vuelca).  Vaya,         tampoco detrás hay nada.  ¡Vlásova, Vlásova!  La gente honesta no es astuta y ¿por qué habría de serlo         usted?  Y ahí está el puchero de manteca.  (Lo coge del estante y lo deja caer).  Ahora se me ha caído al       suelo y ahora veo que tenía manteca.

PÁVEL. — Poca.  Había poca manteca dentro, señor comisario.  También en la panera hay poco pan y en la       lata sólo un poco de té.

COMISARIO. — (Al POLICÍA).  O sea que es un puchero de manteca político.  Vlásova, Vlásova, ¿por qué entrar   a sus años en   conflicto con nosotros, los sabuesos?  Que limpias tiene sus cortinas.  Es raro encontrarlas   así.  Pero siempre gusta verlas.  (Las arranca).

IVÁN. — (ANTON, que se ha levantado de un salto porque teme por el ciclostilo).  Quédate sentado o te       matarán.

PÁVEL. — (Fuerte para distraer al COMISARIO).  ¿Por qué tenía que tirar al suelo ese puchero?

ANDREI. — (Al POLICÍA).  ¡Coge ese puchero!

POLICÍA. — Ese es Andrei Najodka, el ukraniano.

COMISARIO. — (Acercándose a la mesa).  Andrei Maxímovich Najodka, ¿has estado alguna vez preso por             delitos políticos?

ANDREI. — Sí, en Rostov y Saratov, pero entonces la policía me hablaba de “usted”.

COMISARIO. — (Sacándose una octavilla del bolsillo).  ¿Sabe usted quiénes son los canallas que reparten         estas octavillas en la fábrica Sujilinov incitando a alta traición?

PÁVEL. — Canallas no hemos visto hasta ahora.

COMISARIO. — A ti, Pável Vlásov, ya te ajustaremos las cuentas.  ¡Siéntate bien cuando hablo contigo!

PELAGUEIA VLÁSOVA. — No grite tanto.  Es usted joven aún y no ha conocido la miseria.  Es un funcionario.       Recibe regularmente su dinero por rajarme el diván y ver que en el puchero de la manteca no hay               manteca.

COMISARIO. — Lloras con demasiada facilidad, Vlásova, y vas a necesitar todas tus lágrimas.  Será mejor que     vigiles a tu hijo, que va por mal camino.  (A los obreros).  Un día tampoco vuestra astucia os servirá de         nada.

 

        (EL COMISARIO y EL POLICÍA salen.  Los obreros ponen orden).

 

ANTON. —Señora Vlásova, tenemos que disculparnos.  No creíamos que sospecharan ya de nosotros.  Ahora     le han destrozado la casa.

MASHA. — ¿Se ha asustado mucho, señora Vlásova?

PELAGUEIA VLÁSOVA. — Sí; y veo que Pável va por mal camino.

MASHA. — ¿De modo que le parece bien que le destrocen la casa sólo porque su hijo defiende sus kópeks?

PELAGUEIA VLÁSOVA. — Ellos no han obrado bien, pero tampoco él obra bien.

IVÁN. — (Otra vez junto a la mesa).  ¿Y qué va a pasar ahora con el reparto de octavillas?

ANTON. — Si no las repartimos hoy, sólo porque la policía ha empezado a actuar, no seremos más que unos lloricas.  Hay que repartir esas octavillas.

ANDREI. — ¿Cuántas son?

IVÁN. — ¿Y quién va a repartirlas?

ANTON. — Hoy le toca a Pavel.

 

       (PELAGUEIA VLÁSOVA hace un gesto a IVÁN para que se acerque).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¿Quién tiene que repartirlas?

IVÁN. —Pável.  Tiene que hacerlo.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¡Tiene que hacerlo! Todo empieza leyendo libros y llegando tarde a casa.  Luego         vienen los trabajos aquí con máquinas que hay que colgar por fuera de la ventana.  Y por delante de la         ventana hay que colgar un trapo.  Y las discusiones se hacen en voz baja.  ¡Que tiene que hacerlo!  De           repente llega a tu casa la policía y te trata como una delincuente.  (Se levanta).  Pável, te prohíbo que         repartas esas octavillas.

ANDREI. —Tiene que hacerlo, señora Vlásova.

PÁVEL. —(A MASHA). Dile que hay que repartir las octavillas por Sídor, para que no lo acusen.

 

       (Los obreros se acercan a PELAGUEIA VLÁSOVA.  Pável se queda junto a la mesa).

 

MASHA. —Señora Vlásova, tiene que hacerlo también por mi hermano.

IVÁN. —Sino, ya puede Sídor irse preparando para Siberia.

ANDREI. —Si hoy no se reparten octavillas, sabrán que tuvo que ser Sídor quien las repartió ayer.

ANTON. —Sólo por eso hace falta que hoy vuelvan a repartirse.

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Ya veo que hay que hacerlo, para que ese joven al que habéis llevado a la cárcel no sea eliminado.  ¿Pero qué le pasaría a Pável si lo detienen?

ANTON. —No es tan peligroso.

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Que no es tan peligroso.  Vosotros habéis convencido a un hombre y lo habéis             metido en un lío.  Y ahora, para salvarlo, hay que hacer esto o aquello.  No es peligroso, pero hay que           hacerlo.  Sospechan de nosotros, pero tenemos que repartir las octavillas.  Hay que hacerlo, luego no es       peligroso.  Y así sucesivamente.  Y al final irá un hombre en la horca: meterá la cabeza en el lazo, pero no     será peligroso.  Dadme las octavillas, iré yo a repartirlas en lugar de Pável.

ANTON. — ¿Pero cómo lo va a hacer usted?

PELAGUEIA VLÁSOVA. —No os preocupéis.  Me las arreglaré mejor que vosotros.  Mi amiga María Korsúnova       vende comida en la fábrica en la pausa del medio día.  Hoy lo haré yo por ella y envolveré la comida en las     octavillas.

PÁVEL. —Pensad en los pros y los contras.  Pero os ruego que no me hagáis opinar sobre esa oferta de mi     madre.

ANTON. — ¿Andrei?

ANDREI. —Creo que puede logarlo.  Los obreros la conocen y la policía no sospecha nada de ella.

ANTON. — ¿Iván?

IVÁN. —Yo también lo creo.

ANTON. —Aunque la cojan no puede pasarle mucho.  No pertenece al movimiento y lo habrá hecho sólo por     su hijo.  Camarada Vlásov, teniendo en cuenta la situación especialmente difícil y el grave peligro que corre   el camarada Sídor, somos partidarios de aceptar la oferta de su madre.

IVÁN. —Estamos convencidos de que será la que corra menos peligro.

PÁVEL. —Estoy de acuerdo.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — (Para sí).  Seguro que estoy colaborando en algo muy malo, pero tengo que               mantener a Pável apartado de esto.

ANTON. —Señora Vlásova, le confiamos este paquete de octavillas.

ANDREI. —Así que ahora luchará por nosotros, Pelagueia Vlásova.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¿Luchar?  Ya no soy joven y no soy luchadora.  Estoy contenta cuando puedo reunir     tres kópeks, que es ya bastante lucha.

ANDREI. — ¿Sabe usted lo que pone en esas octavillas, señora Vlásova?

PELAGUEIA VLÁSOVA. — No, no sé leer.

 

 

REPRODUCIR/PAUSAR AUDIO

bottom of page