top of page

La Madre Cuadro 3

 

3

 

KÓPEKS PARA EL PANTANO

 

         Patio de la fábrica.

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — (Con un gran cesto, ante la puerta de la fábrica).  Todo dependerá de qué clase de persona es el   portero: de si es un vago o es un hombre estricto.  Sólo tengo que conseguir que me dé un pase.  Luego envolveré la   comida con las octavillas.  Si me cogen, diré sólo que me las han colocado y que no sé leer.  (Observa al portero de la   Fábrica).  Es gordo: vago.  A ver qué hace cuando le ofrezca un pepino.  A ésos les gusta tragar y no tienen nada.  (Va       hacia la puerta y deja caer un paquete delante del portero).  Oiga, se me ha caído el paquete.  (El portero mira a otro     lado).  Es curioso: me había olvidado por completo de que sólo tengo que dejar el cesto en el suelo para tener las         manos libres.  Y casi lo hubiera molestado.  (Al público).  Es un cabezota.  Hay que contarle cualquier cosa y hará lo que   sea para que lo deje en paz.  (Va hacia la entrada y habla deprisa).  Otra vez típico de Marsha Korsúnova.  Antes de ayer   me decía: ¡cualquier cosa menos mojarte los pies!  ¿Pero cree que me hace caso?  No.  ¡Vuelve a ponerse a cavar           patatas y se moja los pies!  ¿Qué le parece?  Naturalmente, enseguida tiene que meterse en la cama.  Pero, en lugar     de quedarse echado, por la noche vuelve a salir.  Naturalmente llueve, ¿y qué le pasa?  ¡Pues se moja los pies!

EL PORTERO. —No puede entrar sin un permiso.

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Es lo que yo le he dicho.  Sabe usted, somos uña y carne, pero en mi vida he visto tanta                 testarudez.  Vlásova, estoy enferma, tienes que ir a la fábrica en mi lugar y vender la comida.  Lo ves, María, le digo yo,     ahora estás ronca.  ¿Y por qué estás ronca?  Si me vuelves a hablar otra vez de pies mojados, me dice, y sólo sabe         graznar, ¡te tiro esta taza a la cabezota!  ¡Testaruda!

 

        (EL PORTERO, suspirando, la deja pasar).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Es verdad, sólo lo estoy entreteniendo.

 

        (Pausa del mediodía.  Los obreros están sentados en cajones, etc., comiendo.  PELAGUEIA VLÁSOVA les ofrece                 comida.  IVÁN VÉSOVSHIKOV la ayuda a envolverla).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¡Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas!

IVÁN. —Y lo mejor es el papel de envolver.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¿Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas!

IVÁN. —Y el papel de envolver es gratis.

UN OBREO. — ¿Tienes también pepinos?

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Sí, aquí tienes pepinos.

IVÁN. —Y el papel de envolver no se tira.

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Pepinos, tabaco, té, empanadillas calientes.

UN OBRERO. —Oye, ¿qué es lo que hay hoy de interesante en ese papel de envolver?  Yo no sé leer.

OTRO OBRERO. — ¿Cómo voy a saber lo que pone en tu papel de envolver?

EL PRIMERO. —Pero hombre, si tú tienes el mismo en esa manzana.

EL SEGUNDO. —Es verdad, aquí pone algo.

EL PRIMERO. — ¿Qué pone?

SMILGUIN, un viejo obrero. —Yo estoy en contra de que se repartan esas octavillas mientras se está negociando.

EL SEGUNDO. —Tiene toda la razón, si nos ponemos a negociar, nos engañarán.

PELAGUEIA VLÁSOVA. — (Recorriendo el patio).  Pepinos, tabaco, té, empanadillas tiernas.

TERCER OBRERO. —Ahora tienen a la policía encima y el control de la fábrica se ha reducido también, y sin embargo ahí están con otra octavilla.  Son gente valiente y no hay quien los pare.  Hay algo de justo en lo que pretenden.

EL PRIMERO. —Tengo que decir que, cuando veo algo así, estoy con ellos.

PÁVEL. —Ahí viene por fin Karpov.

ANTON. —Siento curiosidad por saber qué ha conseguido.

EL OBRERO KARPOV. — (Entrando).  ¿Están todos los representantes?

 

               (En un rincón del patio de la fábrica se reúnen los representantes de la empresa, entre ellos SMILGUIN y                        PÁVEL).

 

KARPOV. — ¡Colegas, hemos negociado!

ANTON. — ¿Y qué habéis conseguido?

KARPOV. —Colegas, no volvemos con las manos vacías.

ANTON. — ¿Habéis conseguido los kópeks?

KARPOV. —Colegas, le hemos hecho ver al señor Sujilinov que deducir un kópek por hora de salario a 800 obreros           supone 24.000 rublos al año.  Esos 24.000 rublos irían a parar a los bolsillos del señor Sujilinov, y eso hay que             evitarlo por todos los medios.  Bueno, pues batallando durante cuatro horas lo hemos conseguido.  No será así.  Esos     24.000 rublos no irán a parar a los bolsillos del señor Sujilinov.

ANTON. —Entonces, ¿habéis conseguido esos kópeks?

KARPOV. —Colegas, siempre hemos insistido en que las condiciones sanitarias de la empresa son intolerables.

PÁVEL. — ¿Pero habéis conseguido los kópeks o no?

KARPOV. —El pantano que hay ante la puerta este de la fábrica es una verdadera maldición.

ANTON. — ¡Ah, ahora queréis arreglarlo con lo del pantano!

KARPOV. —Pensad en las nubes de mosquitos que cada verano nos impiden estar al aire libre, en el elevado número de   enfermos de paludismo, en el peligro continuo que representa para nuestros hijos.  Colegas, por 24.000 rublos se         puede desecar ese pantano.  Y el señor Sujilinov estaría dispuesto a ello.  En los terrenos ganados se iniciará la             ampliación de la fábrica, y eso significa más puestos de trabajo.  Ya sabéis que si las cosas van bien para la fábrica van     bien también para vosotros.  Colegas, la empresa no se encuentra en tan buena situación como pensábamos.  No           podemos ocultaros lo que nos ha dicho el señor Sujilinov, y es que van a cerrar la empresa gemela de Tver y 700         colegas estarán, desde mañana, en la calle.  Nosotros creemos que hay que optar por el mal menor.  Cualquiera que       vea las cosas claras se dará cuenta, con preocupación, de que estamos ante una de las mayores crisis económicas que   ha atravesado nuestro país.

ANTON. —O sea, que el capitalismo está enfermo y tú eres su médico.  ¿De modo que eres partidario de aceptar la reducción de salarios?

KARPOV. —No hemos encontrado otra salida en las negociaciones.

ANTON. —Entonces exigimos que se rompan esas negociaciones con la Dirección, ya que no podéis impedir la bajada de salarios.  Rechazamos que se utilicen esos kópeks para el pantano.

KARPOV. —Os aconsejo que no rompáis las negociaciones con la Dirección.

SMILGUIN. —Tenéis que comprender también que eso significaría la huelga.

ANTON. —En nuestra opinión, sólo la huelga puede salvar esos kópeks.

IVÁN. —La cuestión que hay que plantear en la asamblea de hoy es simplemente ésta: ¿hay que desecar el pantano del   señor Sujilinov o hay que conseguir esos kópeks?  Tendemos que ir a la huelga, y tenemos que lograr que el primero     de mayo, para el que sólo falta una semana, también las otras empresas en que se van a rebajar los salarios vayan a la     huelga.

KARPOV. — ¡Ya estáis advertidos!

 

            (Sirenas de fábrica.  Los obreros se levantan para ir al trabajo.  Volviendo la cabeza cantan a KARPOV y a                          SMILGUIN la “canción del parche y la chaqueta”).

 

CANCIÓN DEL PARCHE Y LA CHAQUETA

 

Siempre tenemos la chaqueta rota

Venís corriendo y decís: esto no puede seguir así.

¡Hay que remediarlo por todos los medios!

Y corréis llenos de celo a los patrones

Mientras nosotros, helados, esperamos.

Y luego volvéis, triunfantes

Y nos mostráis lo que habéis logrado:

Un pequeño parche.

 

Muy bien, ahí está el parche

¿Pero dónde se ha quedado

La chaqueta?

 

Siempre que nosotros aullamos de hambre

Venís corriendo y decís: esto no puede seguir así

Y corréis llenos de celo a los patrones

Mientras nosotros, hambrientos, esperamos.

Y luego volvéis, triunfantes.

Y nos mostráis lo que habéis logrado:

Un pedacito de pan.

 

Muy bien, ahí está el pedacito.

¿Pero dónde se ha quedado

El resto del pan?

 

No sólo necesitamos un parche

Necesitamos la chaqueta entera.

No necesitamos un pedacito de pan

Necesitamos también el pan.

No necesitamos un puesto de trabajo

Necesitamos la fábrica.

Y el carbón y el mineral

Y el poder del Estado.

 

Eso es lo que necesitamos.

Pero vosotros

¿Qué nos ofrecéis?

 

                 (Salen los obreros, salvo KARPOV y SMILGUIN).

 

KARPIOV. — ¡Entonces la huelga!

 

                (Sale.  Vuelve PELAGUEIA VLÁSOVA y se sienta a contar sus ingresos).

 

SMILGUIN. — (Con una octavilla en la mano).  ¿Así que reparte usted esto?  ¿No sabe que esos papeles significan la         huelga?

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¿La huelga?  ¿Por qué?

SMILGUIN. —Estas octavillas incitan a la huelga al personal de la fábrica Sujilinov.

PELAGUEIA VLÁSOVA. —De eso yo no sé nada.

SMILGUIN. —Entonces, ¿por qué las reparte?

PELAGUEIA VLÁSOVA. —Tenemos nuestras razones.  ¿Por qué metéis en la cárcel a nuestra gente?

SMILGUIN. — ¿Sabe usted siquiera lo que pone ahí?

PELAGUEIA VLÁSOVA. —No, no sé leer.

SMILGUIN. —Así nos agitan a la gente.  Una huelga es mala cosa.  Mañana por la mañana los obreros no irán a trabajar.  ¿Y   qué pasará mañana por la noche? ¿Y la semana próxima?  A la empresa le da lo mismo si seguimos trabajando o no,       pero para nosotros es vital. 

 

                   (EL POLICÍA DE LA FÁBRICA llega corriendo con el portero).

 

SMILGUIN. —Anton Antonovich, ¿busca usted algo?

EL PORTERO. —Sí, han vuelto a repartir octavillas incitando a la huelga.  No sé cómo han entrado.  ¿Pero qué tiene ahí?

 

                   (SMILGUIN trata de meterse la octavilla en el bolsillo).

 

EL POLICÍA DE LA FÁBRICA. — ¿Qué se ha metido en el bolsillo? (Le saca la octavilla).  ¡Una octavilla!

EL PORTERO. —Lee usted estas octavillas, Smilguin?

SMILGUIN. —Anton Antónovich, amigo mío, creo que podemos leer lo que queremos.

EL POLICÍA DE LA FÁBRICA. — ¿Ah sí? (Cogiéndolo por el cuello y llevándoselo con él).  ¡Yo te enseñaré a leer octavillas     que incitan a la huelga en tu fábrica!

SMILGUIN. —Yo no estoy a favor de la huelga, Karpov puede decirlo.

EL POLICÍA DE LA FÁBRICA. —Entonces di de dónde has sacado esa octavilla.

SMILGUIN. — (Tras una pausa).  Estaba en el suelo.

EL POLICÍA DE LA FÁBRICA. — (Golpeándolo).  ¡Ahora sí que te voy a dar!  ¡Octavillas!

 

              (EL POLICÍA DE LA FÁBRICA y EL PORTERO salen con SMILGUIN).

 

PELAGUEIA VLÁSOVA. — ¡Pero si no hizo más que comprar un pepino!

 

 

*Adaptación de Bertolt Brecht de la novela "La Madre", de Máximo Gorki.  Esta obra la escribió en el año de 1934.  Si desea tenerla completa, debe solicitarla al correo electrónico: lfnikho@hotmail.com no tiene ningún costo, se le enviará al correo especificado por usted.

REPRODUCIR/PAUSAR AUDIO

bottom of page