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Debo admitir que el arte del teatro (o de las tablas), llegó a mi existencia con una especie de triunfo inmerecido.  Y es que también admito que la sola palabra: "TEATRO", me causaba un resquemor que duraba un corto tiempo.

 

En realidad, fui yo quien busqué al teatro -a ese demonio hiriente de mi ignorancia- con el fin de cumplir, o mejor, con el fin de quedar bien ante un puñado de compañeros de estudio.

 

Mi primer intento de "Obra Teatral" (Las Voces del Alma), vino a sacarme la conciencia evitada de la ideología marxista, ya que pude expresar mediante dicha obra, todo ese inconformismo reprimido de tantos años.

 

Luego, con el tiempo, vine a darme cuenta que mi tal obra, era un sketch de veinticinco minutos, que Carlos Marx era "el de los buenos", y que existía un tal Bertolt Brecht, además, que yo no había inventado el teatro social; al fin de cuentas, ¿qué podrían pedirle a un neófito del teatro, criticón, absurdo e indiferente como yo?  ¡Pues nada!

 

Sin embargo, hoy atribuyo muchas situaciones trasendentales de mi existencia al TEATRO.  Por eso, seguiremos investigando, creando, aportando en este campo tan humano y tan social; seguiremos buscando las fórmulas para llevar un teatro de y para los oprimidos.

 

El que estas páginas puedan continuar, depende de que los lectores nos gratifiquen con sus visitas, con sus críticas constructivas y con sus aportes escritos.

 

L. F.  Nikho

 

 

"El Accidente Teatral"

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